Por Susana
Publicado en 2014
Uno de los cambios que ha traído esta “adultez imperfecta” es el de los amigos.
Cuando era adolescente y me sentía en episodios non-stop de Clase de Beverly Hills (sin el sexo, los papás en la cárcel, los porsche y las cirugías plásticas) creía que la amistad era eterna y que ese paroxismo fraternal duraría por siempre. Que mis amigos de aquel entonces serían los papás de los amigos de mis hijos. Que todos viviríamos en la Riviera Francesa, que veríamos las mismas películas, iríamos a los mismos lugares, votaríamos por los mismos candidatos y, en general, pensaríamos igual.
Ya luego en la universidad me encontré con gente de todas las regiones, gustos y estratos que me demostraron que el mundo no era la Prepa Beverly, sino más como una mezcla entre el edificio de Melrose Place y la Vecindad de El Chavo, donde confluían gustos, historias y vidas muy diferentes. Así, la vida me demostró que los músicos de Parque Lourdes podían convivir con niñas que pasaban sus días de compras en los centros comerciales. También entendí que convivencia no es lo mismo que empatía. Y que fácilmente mi super amigo de hoy sería, tal vez, un completo desconocido en un futuro cercano.
Pasé mi vida de colegio y universidad descubriendo quién era, forzándome a ir a bares con música que no me gustaba, forzándome a bailar, forzándome a usar a los hombres como objetos, forzándome a dejarlos que me usaran como objeto, forzándome a encontrar placer en situaciones que solo me generaban escozor e incomodidad. Me estaba descubriendo a través de amigos que no sacaban lo mejor de mí, y que eran muy diferentes a mí. Así que pasé parte de mi adolescencia y veintes tempranos sintiéndome como un bicho raro y obligándome a hacer cosas que no eran naturales en mi, como bailar Rikarena y meterme en lugares de moda a los que tenía que engallarme y contratar van para ir.
Así mi idea sobre la amistad fue evolucionando hasta lo que es hoy. Tengo un reducido grupo de amigos que traen a mi vida la certeza que da la uniformidad. Se que si estoy con ellos habrá límites y que el significado de la amistad es vernos de vez en cuando para ir a comer, estar al día de eventos importantes, conocernos a nosotros mismos y aceptar nuestras diferencias sin críticas o falsas expectativas. Los amigos ya no son el centro del universo: mi familia lo es (la familia como el núcleo cercano –indistintamente de sus miembros –, porque este concepto también ha cambiado).
Hoy entiendo que la amistad no es incondicional, ni eterna y que es fácilmente adaptable. Que mi “amigo” de la oficina no tiene que conocer mi casa o pasar los fines de semana conmigo. Que mi “amigo” del colegio es más un conocido con el que comparto buenos recuerdos y un mar de diferencias construidas tras años de autodescubrimiento y vidas aparte. Que hay personas que pueden sacar lo mejor de mi. Que hay otras que sacan lo peor, y que de ellas debo alejarme.


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