Por Elvira
Publicado en 2013
En estos días me dio por verme La Bella y La Bestia. Es que creo que estoy pasando por una fase extraña porque me ha dado por verme después de muuuuchos años las grandes películas de Disney. Todo empezó por Mulán -lo máximo-, después Aladino -más o menos-, me salté Pocahontas porque me da mamera, luego Peter Pan -grande-, y finalmente La Bella y La Bestia.
Es extraño verse esas películas ya de adulto, cuando uno ya tiene un acumulado importante. Porque uno ve cosas que nunca se hubiera imaginado que estaban ahí. Eso me pasó al repetir después de veinte años La Bella y La Bestia. Me di cuenta de que estaba viendo una película completamente nueva, y por cierto, bien mala.
Antes de explicarles mis renovadas conclusiones, es necesario hacer un recuento rápido de la historia (versión Disney): Bella conoce a La Bestia porque su padre, el inventor loco del pueblo, se pierde en medio de la noche y llega al castillo de La Bestia buscando asilo por la tempestad. La Bestia, como es una gran bestia iracunda, lo secuestra para evitar que el loquito salga a decir que una cosa espantosa habita en ese gran castillo. Bella, al mismo tiempo canta y lee libros como una maniática y es cortejada por el guapo de la comarca, pero el tipo es un gran pelafustán. Entonces cuando Bella se da cuenta de que su papá anda desaparecido, va a buscarlo y llega al castillo de La Bestia donde encuentra a su padre encerrado y le dice al secuestrador que ella tomará el puesto de su padre jurando que no saldrá del castillo en lo que le resta de vida. La Bestia acepta el canje, porque ve en su nueva cautiva la posibilidad de romper el hechizo que lo convirtió en bestia. Porque el tipo era divinamente hasta que un día una señora fea se le apareció en la casa a pedirle posada, pero como era fea el tipo le dijo que no, fuchi. Entonces la fea lo maldijo por canalla y así fue como terminó hecho una bestia peluda. Así que Bella es secuestrada, se pone un tris rebelde como por 15 minutos, pero como a los dos días termina enamorada de la bestia, y obvio, logra romper el hechizo. La moraleja: “lo que importa es lo de adentro”.
¡Popó de toro! Si realmente quisieran que nos comiéramos el cuento de la belleza interior, y que “el cuerpo es un vehículo”, entonces ¿por qué Bella tenía que ser la más churra del pueblo? ¿Por qué no podía ser la feíta del pueblo o la regular de la comarca? ¿En aquel entonces los dientes no se caían por falta de cepillos de dientes y cremas de dientes con blanqueador? Pero la afortunada Bella, sin un solo mueco.
¿Y por qué La Bestia tenía que romper su hechizo con el amor de una mujer así, “de belleza sin igual”, y además convertirse en un churro? Un churro que por neardental, bruto y mala persona, terminó siendo víctima de un hechizo que lo despojó de su belleza. ¿Por qué los protagonistas no podían ser “Paquita y El Cachas”, un par de feos que se encontraban en el amor? ¿Acaso el amor entre feos es un tabú? ¿Gas dos feos enamorados? Estoy por pensar que Walt es el traqueto porristo supremo, siempre tan superficial y mezquino.
Pero entonces vayamos a la “belleza interior”. La pobre Bella tiene serios problemas psicológicos. En vez de estar cantando por ahí con un balde debería más bien invertir su tiempo en visitar a un buen terapista. ¿Que no está loca? Veamos: Por un lado, Bella tiene el síndrome de Estocolmo y por eso termina enamorada de La Bestia. ¿O qué mujer cuerda, que es privada de su libertad por ir a rescatar a su papá, se enamora profundamente del feo y guache secuestrador en un tiempo récord de dos días?
Y por otro lado, Bella tiene el síndrome de las mujeres enamoradas del amor, que juran que a punta de trabajo, amor, paciencia, sacrificio y estrategia lograrán convertir a su monstruo en un príncipe. Ahora, punto a favor de Bella quien, a diferencia del resto de las mortales que fracasan al intentar cambiar a su bestia, estuvo de buenas y convirtió a un guache grosero y furioso en un galán de buen corazón (eso fue lo que nos mostraron, porque nunca sacaron la parte 2 y la 3).
Dicho esto, la moraleja de La Bella y La Bestia NO es que la belleza es interior. La moraleja que nos quisieron meter Beaumont y los señores de Disney es que todas tenemos una loca interior que nos dice que uno puede cambiar a la gente. No, no y no. Más y más popó de toro.
Es que a muchas nos pasa algo cuando somos poco selectivas con los hombres con los que decidimos meternos: pensamos que rehabilitar gamín es un buen plan. Me incluyo en el parche, porque yo he tratado varias veces de rehabilitar gamín pero he terminado más frustrada y triste que Jennifer Aniston cuando la despojaron del “Brad” del “Bradiffer”.
Mujeres, no se dejen engañar. Cuando se les aparezca un tipo con cara de “ayúdame a amarrarme los zapatos”, esto no debe equivaler al sentimiento de ternura que produce un golden retriever de tres meses tratando de subirse a la cama. No. Al contrario, ese es un signo de que en unos meses o unos años va a tener que invertir la plata que debería estar gastándose en un crucero de solteros en sesiones semanales donde el psicoanalista. El psicoanalista que Bella seguramente tuvo que contratar en la secuela no publicada de su historia “La Bella y La Bestia esa”.
¿Será que Disney y todo Hollywood son los accionistas mayoritarios de Kleenex y Prozac?
Susana y yo decidimos que Freud, Piaget y Jung no tenían idea de nada en cuanto a mujeres deprimidas e histéricas. Nosotras sabemos un poco más, y eso que poco de psicoanálisis, constructivismo o psicología analítica. Por eso vamos a abrir un consultorio para tratar mujeres entusadas y tendremos como atracción principal una terapia de choque: nuestras pacientes se tendrán que recluir un fin de semana entero a ver películas de Disney, chick flicks, novelas mexicanas, venezolanas y colombianas y no saldrán hasta que no digan, con sus propias palabras, cómo el arte popular arruinó sus vidas. Así, con argumentos inteligentes, trataremos de borrar años y años de lavado de cerebros.
Tal vez mi ciclo de películas sea completado la próxima semana con algo tan esquizofrénico como Blanca Nieves y los Siete Enanitos. ¡Pero tengo miedo!


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