Tener o no tener

Por: Ricardo Silva Romero

Prólogo de Con fecha de vencimiento

Si no hay humor, probablemente haya violencia: Susana y Elvira, o sea las escritoras María Fernanda Moreno y Marcela Peláez vueltas personajes, ejercen con maestría el oficio de curadoras de esta avalancha de milagros y porquerías que es la cultura en tiempos de internet –lo que ha estado pasando no tiene forma ni tiene sentido, pero la lectura de ellas dos nos educa y nos articula y nos despierta–, y su sentido del humor y su vocación a la documentación le dan aún más fuerza a su denuncia del machismo, del sexismo, del clasismo, del racismo, de la homofobia, del primermundismo falso en sus versiones de nuestros tiempos. Si no hay feminismo en una sociedad, si no hay conmoción e indignación por el menosprecio de las mujeres, probablemente no se esté viviendo en una democracia: Moreno y Peláez lo saben, porque lo han visto y después lo han estudiado, y van de su voz trágica a su voz cómica a la hora de decirlo porque lo mismo hace la vida.

Si en su primer libro, el inteligente Lo entendimos todo mal, aprovechaban la oportunidad de convertir su blog tan visitado y su serie web tan exitosa en un tratado paródico pero honesto del feminismo desde la mirada de la generación que –como un pueblo invadido– vivió el triunfo de lo digital y lo virtual cuando la televisión llevaba poco tiempo en color, en esta nueva entrega, Con fecha de vencimiento, han aprovechado su merecida fila de lectores para ir más allá, para hacerse más y más preguntas sobre por qué hemos llegado a tantas puestas en escena a estas alturas de la historia: Moreno y Peláez van de la sociología a la filosofía, de la política a la psicología, de lo histórico a lo anecdótico, de los ejemplos graves a los casos escandalosos en su empeño de mostrar por qué tener hijos sigue siendo un riesgo para la mujer que ha ganado la batalla por la igualdad, y el resultado es un libro serio, muy serio, porque jamás teme al humor.

Ni Moreno ni Peláez saben si quieren ser mamás, viejas a los 34 y a los 36 en un mundo de jóvenes, y están en todo su derecho de no saberlo (y por si acaso, a fuerza de golpes de suerte y de lucideces, se han vuelto a ganar semejante privilegio en un país acorralado por las inequidades), pero no sólo les interesa asomarnos a un par de vidas que se les han vuelto una trama de suspenso, sino también servirnos de guías en un recorrido absorbente e inquietante por estas sociedades llenas de prejuicios y de cábalas en las que tener hijos –¿cuándo?, ¿dónde?, ¿con quién?, ¿con qué?, ¿por qué?, ¿para qué?– cada vez es más una locura: qué clase de planeta, si no es un planeta mal habitado y mal leído, comete la osadía de incumplir por los siglos de los siglos promesas tan simples como la educación o la justicia o el futuro.

Hace unos meses tuve, a los 39, la hija que quise tener –porque sí: porque me lo mandaba algún órgano perdido adentro de mi cuerpo– desde 1995 más o menos: quizás no sea yo un buen ejemplo porque, desde mi madre hasta mi esposa, sólo he dado en esta vida con mujeres brillantes y chistosas y muy diferentes entre sí, pero quizás sí valga la pena mi testimonio porque de tanto ver jefas y lideresas corajudas parecidas solamente a ellas mismas me demoré más de la cuenta en comprender lo difícil y lo complejo que ha sido y sigue siendo ser una mujer aquí en la Tierra, y hasta ahora he visto esa maternidad que es una obra de arte –y no lo digo como un espectador, como los padres de antes de mi padre, sino como un funcionario disciplinado– con las gafas de plástico de papá que compré para que la bebé se las coma y las lance contra el piso sin remordimientos.

He ido viendo cada vez con más claridad, en fin, que un buen padre es una excepción a la regla. Y que las pocas mujeres con suerte, que de su resignación ha dependido que no se nos venga encima el techo del mundo, han tenido que reclamar sus derechos en sus ratos libres: ni a Susana ni a Elvira les ha tocado cargar con familias hambrientas, y han vivido libremente, como ellas mismas dicen, sobre hombros de gigantes, pero Con fecha de vencimiento demuestra que todas las mujeres –todas sin falta– comienzan la carrera con el viento en contra, y que tener hijos seguirá relegándolas si no llega el día en el que los hombres los tengan con ellas, y vivir el drama verdadero y grave que tanto Moreno como Peláez están viviendo en las páginas de este libro estupendo seguirá siendo el destino de las mujeres libres, independientes, conscientes y agudas como ellas: cuándo, dónde, con quién, con qué, por qué, para qué tener hijos.

Hasta que ese drama no se despeje, hasta que tener un hijo no le pese solamente a la mujer –dice este libro humano y benigno–, seguiremos usted y yo a punto de la libertad, a punto de la democracia.

No encontrará usted desde la próxima página una obra en contra de traer hijos a este lugar que a veces, un día sí, un día no, parece el infierno. Tendrá en sus manos un documento que prueba que seguir semana por semana un embarazo y asumir semana por semana la suerte de un niño es una proeza, y tiene mucho que ver con el misterio y el desconcierto de vivir todos los días. Susana y Elvira tienen clara esa extrañeza y esa fuerza un poquito más absurda que bella, más inexplicable que espiritual, que acabará tomando por ellas la decisión de tener o no tener un hijo. Sea lo que sea, venga lo que venga, lo que llegue será extraño: la buena noticia es que si usted va de una vez a la última página de este ensayo que no ve a los demás desde lo alto, este texto que da risa pero da ganas de librarse del cinismo, encontrará –en la página de agradecimientos– una declaración de amistad de Susana a Elvira, de Peláez a Moreno, que es una manera de reconocer que pase lo que pase en la vida la una seguirá teniendo a la otra afuera y adentro de sus libros.

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