Susana por Elvira

Por: Elvira

junio 22, 2014

Cuando nos lanzamos de blogueras en 2008 tuvimos que buscar una manera de presentarnos y decirle al mundo quiénes éramos. En aquel entonces, Susana y yo nos conocíamos bien, y aunque ya habíamos superado el desinterés mutuo que nos marcó unos años antes cuando nos conocimos, por lo menos yo debo decir que la Susana de hoy no es la misma que alguna vez me lanzó su miedosísimo “evil eye” para darme a entender que le interesaba cero conocerme. Mucho menos ser mi amiga.

Vamos por partes. Después de todo lo que hemos hecho juntas, debo decir que la persona que más tolero en el mundo tiene que ser Susana. Es que nunca había tenido que trasnochar ni madrugar tantos domingos como lo he hecho con ella, hasta el punto en que, muy prácticamente, terminamos siendo vecinas. Porque a diferencia de la Susana y Elvira que han visto en la serie, nosotras nunca hemos sido “flatmates”. Pero ahora ya no nos separan países como en algún momento de nuestras vidas, sino tan solo un edificio.

Empezaré entonces a hablar de Susana utilizando el recurso fácil pero efectivo de definirla por lo que categóricamente no es: no es una tibia, no disimula sus odios ni sus amores, no es una floja facilista y mediocre, no se contenta con lo que “le toca”, no es una borracha, no es elitista, ni buscona, ni una loba, ni una morronga, ni una fashionista. Es más, si hay algo que Susana odie visceralmente es la combinación de shorts con tacones.

Aunque Susana siempre se burlaba de mi porque era una “intelectual” que vivía rodeada de amigos barbudos y jartos, realmente la “intelectual” del parche es ella. Aunque no lo quiera aceptar. Es una mujer sorprendentemente inteligente y sobre todo, una gran amiga que siempre tiene un consejo medido y elocuente. No en vano tantas veces me ha agarrado de las mechas para decirme “Elvi, deje la pendejada. Deje de dárselas de fresca, que por fresca termina pasando es por pendeja”.

Retomo lo que alguna vez dije en este blog, en una explosión súbita de amor que me entró por ella: “Supongo que algo habrá de cierto con que el destino está trazado desde el principio. Si no fuera por eso, no habría razón por la que Susana y yo fuéramos amigas”. Y es así. Aparentemente tenemos tan pocas cosas en común que no habría razón para haber seguido juntas después de tantos años. Si nos vieran por separado, seríamos algo así como un norcoreano extremista con un israelí recién salido del ejército. O para ponerlo en otros términos, en el clóset de Susana yo nunca encontraré algo que le pidiera prestado, ni ella en el mío.

Al principio nos unió el café matutino y las citas alcohólicas a mitad de la semana. Pero los cafés y los litros de ginebra que nos metimos en una época fueron reemplazados por almuerzos, comidas, una larga época de citas por skype, y ahora desayunos domingueros y muchos lunes festivos en los que nos coge la noche entre domicilios, botellas de vino, latas de cerveza y una playlist que ya odiamos. Nos damos látigo, nos agarran ataques de risa nerviosa incontrolables, a veces peleamos un poco, pero con todo y eso, seguimos adelante.

Como el “one” que le pedimos al cosmos, la cosa con Susana simplemente fluye. Tenemos una dinámica, y como buena pareja que funciona, cada una tiene un rol que jugar en este extraño matrimonio.

Aunque siempre lo he pensado pero nunca se lo he dicho, debe ser frustrante para ella que conmigo nunca pueda hablar de su tema preferido de todos los tiempos: la política. Me he ganado más de un regaño de su parte por mi marcado desinterés político, pero yo me abandero del dicho de los abuelos: “en la mesa no se habla ni de política, ni de religión”. Así que religión y política son dos temas que están “off-limits” en esta relación.

Siempre decimos que no tenemos idea de para dónde es que va a seguir todo esto que un día por desparche iniciamos. Pero lo bueno es que después de tantos años todavía nos queremos y nos toleramos bastante. Bendito sea mi dios. Es más, por lo menos yo, cada día quiero y respeto más a Susana, porque puedo decir que nunca deja de sorprenderme. Al contrario, con cada proyecto nuevo que nos aparece, con cada nuevo plan que nos inventamos, la patiflaca de Susana me sorprende cada vez más.

Los verdaderos amigos se cuentan con los dedos de una mano y Susana siempre tendrá reservado un dedo de mi mano derecha, porque si no fuera por ella, quién sabe yo en qué estaría. Tal vez muerta del tedio haciendo algo que no quiero.

Espero que no llegue una (o un) Yoko a separarnos ni que nuestra historia termine como la de los hermanos Gallagher. Y también espero que el día que se vuelva la primera Presidenta de este país, se acuerde de mí. Pero que de por dios, no me vaya a meter en su campaña política.

enero 1, 2007

Cuando conocí a Susana pensé que me iba a sacar los ojos con un tenedor. Me acuerdo con terror cómo me miraba con una ceja subida y con un gesto característico que hace con los labios cuando se siente incomoda con alguien. Yo ni siquiera le había dirigido la palabra, es más, pasaron años antes de que cruzáramos una palabra, y no entendía qué carajos tenía para que esta vieja me diera ‘the evil eye’.

Susana es una de esas viejas a las que una primera impresión no le basta. Se necesitan de hartas (les digo que pasaron años) para que uno le venga a caer en gracia. Creo que simplemente es porque debe estar segura de la gente, pues no es de esas viejas aguas tibias que es queridísima con todo el mundo porque sí. Susana tiene un gran corazón, bien pisoteado, pero grande. Una chica de amores y odios frenteros y eternos.

Es una lady que siempre está  bien puesta en su sitio, ama con loca pasión los tacones, odia sus piernas de pollo, tiene deficiencia de melanina, entiende a la perfección todos los recovecos de la política, le gustan los machos de brazo grande y fornido ojalá con moto, maneja acostada en la silla como una gomela ochentera, canta vallenato con el alma (aunque dice que lo odia), y vive con antojos de cayeye (cosa que en mi gran ignorancia costeña nunca he podido entender qué demonios es) y arroz con huevo a las 3 de la mañana.

Cuando Susana pasó del odio al amor por mi, descubrí que ser una lady chévere, culta,  e inteligente pero con alma de guaricha/diva/loba herida/cantante frustrada/connaisseur de la telenovela venecoazteca, era posible. Es de esas viejas todoterreno que se le miden a lo que sea, aunque a veces me de el ‘evil eye’ cuando la invito a mis planes -según ella- para “intelectuales” (a esta palabra siempre le pone una entonación característica para decirme que soy una mamerta sin herir mis sentimientos).

Hace mil años conocí  a un tipo que decía que nunca había conocido a una vieja chistosa. Las viejas podian ser bonitas, inteligentes, agraciadas, metódicas, increíblemente maquiavélicas, interesantes, pero nunca chistosas. He conocido muchísimas viejas que no son chistosas, son hilarantes. Susana es una de ellas. Más cuando se toma unos cuantos tragos, no hay Cuentahuesos que se le iguale. Lastimosamente la mayoría de badulaques con los que Susana ha salido no han apreciado su gran naturaleza histriónica, y prefieren apachurrarle el corazón por evasión o por sospecha.

Susana es una pequeña Biblia andante. No porque sea una rezandera ni mucho menos, sino, para ponernos ñeros, porque es un mar de conocimiento. Desde la historia secreta del Mossad hasta la biografía no autorizada de Daniela Romo se la conoce. Por eso, es difícil quedarse sin tema con la susodicha.

Así es Susana. Tranquila, desubicada, dicharachera, conflictuada, divertida, remilgosa y liberada. Una mezcla criolla entre Elliot y Jordan de Scrubs. Y con un poquito de Maria Conchita Alonso. Ustedes ya han leído sus historias y alguna idea se habrán hecho de ella. Pero si alguna vez les ha dado curiosidad por saber un poco más de ella, esta es Susana, una gran vieja, contada desde los ojos de Elvira.

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